Cerca
del vecindario hay una casa abandonada llamada la casa sin fin, los chicos la
llaman así porque ninguno de ellos se ha atrevido a recorrerla entera; aquí es
cuando comienza la historia de Davis, el chico que fue retado a recorrer la
casa y, si lo conseguía, le prometieron 500 dólares. El chico no era
especialmente valiente pero esos quinientos dólares eran muy jugosos…
Al día
siguiente todos estaban listos. Davis entró con fingida decisión que se pudo
notar luego, sus amigos se fueron a la parte de atrás de la casa para verle
salir mientras uno vigilaba la puerta central. Davis vio que cerca de la
entrada habían creado una especie de pasaje del terror y él tenía que seguir
los números para llegar al final.
Cuando
entró en la habitación 1 no pudo evitar reír: habían puesto una decoración con
esqueletos, telarañas…Si todas las habitaciones fueran así, sería hasta
divertido. Al entrar en la número 2, la casa había mejorado bastante. Había una
máquina para crear humo, luces que creaban sombras…En la 3 había insectos
reales, dentro de la cuarta entró en una habitación vacía completamente: aquí estuvo
largo rato buscando una explicación hasta que un puente apareció sin más. La
quinta y la sexta eran lo mismo: estaban vacías pero con un foco iluminándolo,
en la séptima se sumió en una oscuridad tan profunda que no podía ver sus
manos. Sabía aun así que alguien estaba con él en la habitación y eso no le
hacía mucha gracia. Con angustia comenzó a arañar una de las paredes, con la
esperanza de llegar a la siguiente habitación. No pensaba en seguir jugando,
sino en salir de esa maldita casa.
La siguiente
habitación le empezó a romper por dentro. Pensó que estaba loco.
Vio
a un chico parecido a él sentado en una silla. Tardó bastante tiempo en
comprender que, si no mataba a su clon, no saldría jamás de allí. Y así hizo. Su
clon empezó a desvanecerse y el foco se apagaba lentamente…Permaneció inmóvil
horas, o días.
Pudo
ver un pasillo que le guiaba hacia una puerta sin número. Al atravesarla
descubrió que había regresado al vestíbulo: había un cartel felicitándole y un
fajo de billetes sobre una mesa. Comenzó a reír compulsivamente, pero aún rio
más al descubrir que en su casa había un gran número diez en la puerta.
(Ismael Saidi, 2º C)
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