Piensa que cuando
nacimos creció el mundo.
Cada uno con un
pequeño mundo debajo de los pies.
Y le dábamos
forma,
resbalábamos sobre
él abriendo paquetes de helados,
ocupando las
plazas como si fueran nuestra propia casa;
gobernando entre
los que se balanceaban en los columpios y caían sobre la tierra.
Pensadlo.
Yo cabía en la
palma de una mano. Tú probablemente también.
Pensadlo.
Cada uno con un
pequeño mundo debajo de las suelas y del velcro.
Como acróbatas o
bailarines que no tienen miedo de los dientes afilados que esperan abajo.
Como artistas que
dan vueltas viendo la red encima de sus cabezas y la nada en las puntas de los
dedos de los pies.
Me hacía coletas y
las coronaba con horquillas que pinchaban un poco. Pequeñas uñas de plástico
con purpurina desfragmentada.
Yo cabía en la
palma de una mano. Tú probablemente también.
Y ese mundo rodaba
lleno de agua y colmado de peces que se vaciaban en las plazas mientras
comíamos los helados y vigilábamos a los vasallos que medían menos que
nosotros.
La sociedad y las
alturas.
Y poco a poco el
mundo fue trepando por los muslos,
la columna de la
espalda y su cuerda de cristal,
y llegó hasta los
hombros.
Y ahora lo
llevamos en una mochila que no recuerda a aquella donde estaba nuestro nombre y
número de chándal.
Pero hubo un
tiempo en el que cabíamos en la palma de la mano.
Pensadlo.
(Alicia)
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