viernes, 10 de abril de 2020

El coloquio de los perros (revista literaria)

Si clicáis aquí

podéis leer un poco sobre el proceso de escribir en una entrevista que me hicieron y salió publicada ayer en la revista El coloquio de los perros.

 Si os gusta la foto, es de Masao Yamamoto. Recuerda a un haiku pero visual

Reto: continúa la historia de "El examen" (J. S.)


[Gracias a J. S. por la genial idea. Leemos con atención y comentamos los posibles finales para esta historia]

Érase una vez un estudiante que tenía un examen muy importante que debía aprobar a toda costa. Pero resultó que, una semana antes de la temida fecha, la profesora que iba a ponerles el examen se resbaló en su bañera y se rompió un tobillo. La jefa de estudios comunicó a la clase queestaría por lo menos mes y medio de baja.
– Qué buena suerte ¿eh, tío?–dijo su compañero– Ahora tenemos más tiempo para estudiar.
– ¿Buena suerte o mala suerte? Ya veremos.
Al día siguiente, cuando toda la clase estaba confiada, se presentó de improviso un profesor sustituto. Era un señor mayor, ceñudo, de mirada colérica, que tosía todo el rato. Les dijo que había hablado con la profesora accidentada y que el examen se iba a mantener, tal y como estaba previsto.
– Qué mala suerte ¿eh, tío? –dijo su compañero– Ahora sí que no aprobamos ni de coña.
– ¿Buena suerte o mala suerte? Ya veremos.
Al día siguiente, el profesor sustituto empezó a repasar con ellos las lecciones para el examen. La sorpresa fue mayúscula cuando se dieron cuenta de que explicaba increíblemente bien. Muchos alumnos entendían ahora sin dificultad conceptos que llevaban años martirizándoles. Incluso se divirtieron en clase. El profesor les tomó tanto cariño que prácticamente les dijo todo lo que iba a entrar en el examen.
– Qué buena suerte ¿eh, tío? –dijo su compañero– Con este pavo aprobamos pero fijo.
– ¿Buena suerte o mala suerte? Ya veremos.
La tarde antes del examen, todos recibieron una llamada urgente de la jefa de estudios. El profesor sustituto había dado positivo en un nuevo tipo de virus, y todos los que habían estado en contacto con él debían encerrarse en sus casas y permanecer en cuarentena. El instituto quedaba cerrado hasta nuevo aviso.
– Qué mala suerte ¿eh, tío? –le escribió su compañero por WhatsApp– Ahora vamos a estar contagiados, sin poder salir y adiós a aprobar el examen.
– ¿Buena suerte o mala suerte? Ya veremos.

¿QUÉ PASARÁ DESPUÉS? ESCRIBE TU FINAL EN LOS COMENTARIOS

 

Un nuevo comienzo (Valeria Solís)

-Gracias a todos por venir…Que paséis una buena noche…Lo lamento mucho.
Bueno, creo que es hora de volver a casa…Te echaré de menos, Caroline…
Ya han pasado varios meses desde esa desgracia. Llevo dos meses sin ver a mi padre. No sabéis lo feliz que me siento de no verle… Os preguntareis, ¿cómo voy a comer si no hay nadie quién me dé de comer? Sencillo. Antes de que mi sirvienta pues…Eso…Me enseñó a cocinar mucho porque también me encanta la cocina. A ver no me enseñó TODO, pero sí la mayoría. De vez en cuando veo tutoriales.
Se supone que dentro de un mes me voy a vivir con mi tía en Londres. Espero que se pueda. Durante este tiempo de espera, espero no ver a mi padre…
Como dije anteriormente no escucho ni hablo, por eso mis conversaciones son, literalmente, papeles y papeles. Soy una desperdiciadora de papeles. Si vieras mi basura…
-Alice, ¿estás ahí?
Asentí con alegría de que mi tía me llamara. Claramente, eso lo escribió en un papel.
- Espero que me escuches bien porque te tengo un notición.
(En el papel) ¡¿En serio!? Dímelo, porfa
-… ¡TE VIENES A VIVIR CONMIGO!
(En el papel) ¡¿Qué dices?! No puede ser. Estoy llorando…Mil gracias, tía. Y, ¿cuándo me iré contigo?
- Para no hacerte esperar, te vendrás conmigo dentro de una semana y media. Así que prepara maletas desde ahora.
(En el papel)¡Qué alegría! Pero, ¿qué vamos a hacer con mi padre? ¿Lo sabe? ¿Quién me llevará al aeropuerto? ¿Quién me acompañará durante el vuelo y el cheking? ¿Quién…?
A ver Alice. No te alteres. Eso te lo respondo en un segundo. Tu padre no lo sabe, pero tampoco quiero que lo sepa porque no quiero que te siga haciendo daño. Lo de quién te llevará y quién te acompañará, es sencillo y es una sorpresa…
(En el papel) Vale, está bien.
Hoy, viernes 4 de junio, me voy a Londres. Madre mía. Me va a dar algo. Estoy muy nerviosa por muchas cosas. Que si mi padre viene justo hoy y se lía una buena., que no sé quién me viene a recoger, que si el avión, que si el cheking…
Bueno, en resumen, que estoy nerviosa por todo.
¡Ring, ring!
El timbre…Espero que sea la persona que me lleva y no me padre…
- Hola, encantado de conocerte, me llamo…
(En el papel)¡NO ME HAGAS NADA POR FAVOR! ¡SOLO QUIERO SER FELIZ!
- ¿Perdona? ¿Por qué has escrito eso? Tranquila no te voy a hacer nada… Solo estoy aquí para llevarte al aeropuerto y a acompañarte en tu viaje.
(En el papel)Ups…Perdona. Es que estaba muy convencida de que ni padre venía…
- ¿Eso es lo que le ibas a decir a tu padre? ¿No os lleváis bien?
(En el papel) Eso…No es asunto tuyo…Te lo diré luego, no ahora. ¿Nos vamos?
Me subí a su coche. Era muy moderno. La persona que me acompañaba era un hombre bastante mayor. De unos treinta y cinco años. Cuando entré al coche…Vi a un chico. Le pregunté quién era, pero no me respondió. Que falta de respeto, por favor. Otro tonto como mi padre.
-Ohh…Perdona, Alice. Mark, saluda hijo. Deja el móvil.
-Déjame en paz, papá. Solo quiero llegar a Londres con mi novia. No necesito saber nada más de nadie…
(En el papel)Parece que eres un chico duro. Bueno me presento yo. Me llamo Alice y tengo catorce años y…
Me quitó el papel de mis manos y me lo tiró.
-No me interesa tu vida, niña. ¿Nos largamos? 

¿Perdona? ¡Menudo pasota! Encima se me hacía guapo…Ahora ya no me cae nada bien… Bueno, tiene novia, así que mejor me voy olvidando…
A lo lejos vi un coche, pero no un coche cualquiera…
(En el papel)Ostras… Arranca el coche…- lo escribí con una cara de miedo
- Perdona, Alice. Arrancaré el coche hasta que mi hijo te salude y se presente.
(En el papel)Lo siento mucho, pero ahora es más importante que arranque… Hágalo…-lo escribí lo más rápido que puede.
-No hasta que mi hijo hable…
(En el papel)Arranque, se lo suplico…
-Pero…
(En el papel) ¡HÁGALO!

…Me he puesto…Como nunca antes me había puesto… ¿Y por qué me puse así? Porque mi padre venía… Casi me da un infarto… Le puse una cara al padre de Mark….Lo siento… Pero era necesario…Ahora un nuevo comienzo ha llegado…
Adiós, España…Adiós, papá…

(Valería Solís, 2º C)

Mural poético de Katherine Carrillo

Sin poesía no hay ciudad

El cuerpo que no tiene que ver con nosotros (Alicia)


El doctor Emetteus tiene muchas ideas pero, al mismo tiempo, tiene un solo cuerpo que le ordena hacer pis, llenar el estómago, depilarse la punta de un pelo que empieza a salirle de la frente, como un parabrisas que emerge en medio de un campo de maíz. Tiene unos dientes que debe lavar, unas manos que frotarse con Nivea y la posibilidad de una artritis congénita que lleva presente en los ojos como un pensamiento dentro de un velo.

El doctor tiene muchas ideas, muy buenas, pero también unas uñas que a veces acumulan restos de insectos estudiados y esas ganas de mear que le hinchan por dentro cuando está en el culmen de la disección de su trabajo. Como el niño que incordia en misa mientras que los que rezan solo imploran silencio donde caigan sus oraciones cómodamente. El pozo donde terminan los desesperados. Y los gritos del niño son la nota disonante que incendia a la madre, que acaba saliendo avergonzada de la iglesia, ese templo donde las necesidades como mear o eructar son leyendas urbanas de quienes nunca conocieron realmente a un dios.
El doctor tuvo que abandonar dos veces un simposio debido a una falta irreparable de su condición de ser humano dependiente de su físico.

Una vez sucedió en Viena, cuna de la gente más sabia dueña del idioma más difícil, que baila por sus lenguas como el hueso de una aceituna haciendo acrobacias. Tuvo que ausentarse avergonzado debido a una contractura irremediable, un punzón del maestro enfadado clavándose en el estómago, amasijo de nervios y de costillas, que le obligó a levantarse educadamente, pero con una mano sobre la panza cubierta de botones forrados de seda blanca.

Una camisa para un interior rojo, sangriento, gobernado por órganos que no obedecen y deciden empezar a animarse justo en mitad del discurso del eminente doctor Motta, recién llegado de Canadá en un vuelo de 18 horas. El doctor Motta, que en el viaje bebió vino en un vasito de plástico y miró de reojo las pantorrillas de una azafata alta y morena muy sonriente. El doctor Motta, con olor a extranjero, que aterrizó para presenciar los ruidos desagradables de su colega mientras pronunciaba, concentrado, la dificultosa palabra Herzschmerz entre sus labios, como el que se está quemando con un trozo de filete de los infiernos.

El doctor se llevó a su estómago rebelde lejos de allí. Un bebé gritando en los brazos. Fueron los dos al baño. El bebé lleno de pan y de vino y de patatas con salsa espesa. El doctor abochornado en el lugar donde se oyen cisternas y se ve lo que un estudioso con camisa de Armani y corbata de Florentino no debería admitir que fue capaz de ver.

La segunda vez que su cuerpo se manifestó de modo independiente fue en el transcurso de una cena que él no iba a pagar. No pudo ingerir bocado en las 4 horas que duró la velada. Se conformó con una sopa caliente con tropezones de hortalizas, pan y agua. El preso en el banquete de los libres. El enfermo en la fiesta de los que desean vivir. Sus colegas lo miraban; eran hombres de ciencia pero secretamente se retaban la delicadeza y el gusto por la elección que llevaban a cabo en la mesa. Crustáceos, salsas cremosas, comentarios acerca del punto del pescado y la calidad del mar que le había dado a luz. Como una madre que rebosa agua.

El doctor no comentó nada acerca del corte de las hortalizas. Hablar de verduras es algo vulgar. Como el médico que en un cumpleaños te habla del colesterol con el pastel de chocolate asomando en la boca: la oscura cabeza de un niño incrustada en un pozo.

El doctor tiene muchas buenas ideas, pero tiene un cuerpo al que está sometido.

La mancha de su tía Carmela Luisa en el hombro del brazo derecho, la quemadura de Antonio García Blanco cuando no aceptó el trato de un cigarrillo a cambio de los deberes de matemáticas. Antonio García Blanco muró de pena en un hospital militar. Sus dientes parecían perlas que se tragó la tierra. Espuma de mar en una orilla que se bebe el mundo.

El doctor tenía una pequeña calva del tirón de pelo de José Luis López Astray, un niño bajito que pronunciaba discursos huecos pero con palabras tan enjoyadas que las podías ver caer al suelo. Como las únicas notas conocidas de una melodía que se toca en una guitarra, cayendo al vacío.

Y el doctor no se recuerda a sí mismo enclenque con seis años, cubierto de inseguridades como el veneno cubre a una rana exótica. Las inseguridades de alguien que no es padre, ni hermano, y tampoco comprende lo que implica ser hijo. La amistad era estar con el que poseyera el barco de juguete más grande.

José Luis López Astray y sus muslos gordos de niño bajito se acercaron al doctor para arrebatarle un pequeño yate que tenía en sus manos. Era tan bonito, tan reluciente, echando humo en un agujerito, tripulantes sonrientes pintados de azul, ajenos al triángulo de las Bermudas, con toda la vida por delante. José Luis López Astray le tiró del pelo.

Y allí se fundó esa pequeña calva. Y el grito de su madre al llegar a casa.

Si fuera un cuento diríamos que la Envidia salió de la caja de Pandora y dejó calvas a las reinas más bellas.

Ese pelo se quedó dormido, oculto en el cráneo, con miedo a la mano de José Luis López Astray, el niño bajito de muslos gordos que nunca llegó a tener un gran barco.

La envidia es el único vínculo con el mundo adulto que permanece desde niños. Como un águila que vigila una madriguera.

Luego viene todo lo demás.

El doctor tenía muchas buenas ideas. Pero también tenía mocos, toses, tripas y las camisas lisas de botones forrados de seda. Y un velo de artritis congénita.

El doctor Emetteus vivía enterrado bajo los pliegues de la fealdad radical de órganos luchando unos contra los otros entre los huecos permitidos.

Esa fealdad chocolate, sanguinolenta, de olores putrefactos que llevamos todos por dentro.

El doctor era sus ideas pero también era su propio cuerpo, descontrolado: independiente, enfermo, un poco gordo en verano, más pálido en invierno, alergias en mayo.

Y eso es algo que a todos nos cuesta aceptar.

Dentro de casa. II parte (Valeria Solís)


-Enhorabuena, señor Rodríguez. El parto ha sido exitoso
- ¡¿En serio!? ¿Puedo pasar a verlas?
-  Claro…Puede pasar. Pero tenga cuidado…Sigue delicada…
Como hubiera deseado que mi padre hubiera entrado…
-Cariño…  No…Puede…Ser…
-Señor Rodriguez lamentamos la pérdida de su esposa…Lo bueno es que su hija está sana y salva. No le ha pasado nada. Está muy sana. No tiene ninguna enfermedad…
-¿Ah, sí? Qué alegría escuchar eso. Tranquilo la cuidaré MUY BIEN…
Cómo hubiera deseado que el médico no le hubiera dicho eso a mi padre…

Así que, sí. Ahí empieza toda mi historia…
Yo era una niña SANA, sin ninguna ENFERMEDAD, como dijo el doctor. Ese día mi padre me dejo en el sofá de mi casa y se fue a no sé dónde. El caso es que la sirvienta me vio y me cogió en brazos llorando…Ahí comprendí lo mucho que me quería. Se dio cuenta que había algo debajo de mi vestido que me puso mi madre antes de morir…
Era un rasguño…La sirvienta se asustó mucho y me curó la herida.
Mi padre siempre llegaba tarde a casa. La sirvienta le decía siempre que yo ya estaba dormida, pero siempre que escuchaba eso se enfadaba un montón, al punto en que pegba a mi sirvienta.
-¡¡¿YO TE HE DICHO QUE LA DUERMAS?!! ¡NO, ¿VERDAD?!
-Sí…Lo…Lo…Sien…
- ¡NI SE TE OCURRA TOCARLA! Si te veo cuidándola o haciendo cualquier cosa con ella, prepárate, preciosa…
- Esta…b-bien…
Así es, mi padre también acosaba a la sirvienta. Claramente, ella me seguiría cuidando hasta que tenga cierta edad, pero a escondidas, claro.
Habían pasado varios años. Ya tenía 3 años. La sirvienta fue la que vio cuando di mis primeros pasos, cuando dije mi primera palabra, cuando empecé a comer sola… Y mi padre…Nada hizo ni vio. Mi primera palabra fue mamá y se lo dije a la sirvienta, así que desde ese momento ella me declaró su hija…
La sirvienta decidió no llevarme a la guardería por mi padre. ¡AHHH! ¡TODO ES LA CULPA DE MI PADRE! Ahora que me acuerdo…Ese fue el peor año de mi vida…
-¡CAROLINE! ¿Y LA NIÑA?
-Ella está en su habitación jugando conmi…digo…sola… ¿Para qué la quiere?
-A ti qué te importa. Me la llevo y ya está.
-V-vale… Mejor voy con vosotros…
-Como tú quieras, preciosa…
Porque nos tuvimos que ir con él…
Mi padre me montó en su coche…A saber a dónde me llevaba. Cada vez iba más rápido, y más rápido, y más rápido…
¡CLASH!

Creo que no hay mucho que decir…
La ambulancia vino muy rápido y nos llevaron al hospital. Dijeron que mi padre y la sirvienta estaban bien, pero yo…Estaba hospitalizada… La sirvienta me visitaba todos los días a escondidas de mi padre, aunque había días que no me visitaba por él…
-Hola, cariño…¿Cómo estás?
… No la contestaba.
-Hola, señora. ¿Pude acompañarme a mi oficina?
-Sí, claro.
Pasaron muchas horas…
-Mi pequeña… ¿Cómo podrás escuchar las nanas? ¿Cómo podré escuchar tu voz? Mi hermosa Alice…
Así es perdí la voz por el susto y perdí mi capacidad de oír porque mi tímpano explotó… Me dijeron que era SORDOMUDA.
Y esa es mi triste historia. ¿Qué más os cuento? ¡Ah! Cuando la sirvienta me dijo que ella no era mi madre y que mi madre había muerto…Me dolió todavía más…En ese momento la empecé a odiar…Tenía unos 8 años cuando me lo dijo…
Con el paso del tiempo he quitado ese odio porque me daba cuenta que fue la única persona que se preocupó por mí…
Gracias, Caroline, por contarme mi historia detalle a detalle…

Como dije anteriormente, perdí un año de colegio. ¿Por qué? Por mi padre… ¿Qué raro, no? Y no porque se preocupara por mí, no, nunca haría eso… Sino porque temía que yo le contara a alguien lo que me pasaba en casa y pues le metieran en la cárcel por maltrato y abuso infantil.

Hasta el día de hoy sigo siendo lo que soy actualmente y sufro todo lo que mi padre hace…Anhelo el día en que pueda demandar a mi padre porque estoy sola y no tengo ayuda…  Tengo miedo…
Mi padre mató a Caroline… Deseo el día en que alguien se preocupe por mí…
Pero valoro más la vida que cualquier otra cosa. Me da igual que mi padre me haga daño, que mis compañeros me hagan daño… 

Algún día contaré esto y que no les pasé lo mismo que a mí, tanto fuera como dentro de casa…

(Valeria Solís, 2º C)

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