¡Dragón!
El rumor se extendía con rapidez
por la comarca. Los aldeanos, despavoridos, corrían a encerrarse en sus casas,
atrancaban las puertas con lo que podían, apenastenían tiempo de hacer acopio
de alimentos o de agua. Algunos se escondían en las grutas, al pie de las
colinas; otros, en los establos, dentro de los pajares; había incluso quienes
empezaban a pensar a cuál de sus hijos entregar al dragón, para aplacar su
furia y salvar al resto de la familia.
¡Que viene el dragón! ¡Escondeos
todos!
Llegaban noticias confusas y
contradictorias de todas partes. Algunos decían haberlo visto: una bestia de
color verdoso y cola amarilla, grande como una montaña; otros decían que era
negro y con garras rojas, y que exhalaba un fuego azul; también se corrió el
rumor de que se encondía en el lago Esmeralda, mientras otros decían haberlo
visto sobrevolar las cumbres de la sierra Arcoiris, y que sólo tendría
el tamaño de seis o siete buitres leonados.
¡Ya está aquí! ¡No os asoméis!
¡El dragón os devorará!
Las calles de los burgos quedaron
vacías. Las campanas de las iglesias dejaron de repicar. Un silencio
insoportable se apoderó de la comarca. Dentro de las casas, las ancianas
rezaban el rosario compulsivamente entre susurros; los hombres aguardaban,
espada en mano, con el corazón en la garganta; los niños no podían dormir, pero
igualmente se metían debajo de las mantas y sollozaban en voz baja hasta
quedarse sin fuerzas.
Nadie se movió en varios días. La
mayoría ni siquiera se atrevió a asomarse a las ventanas. Familias enteras
pasaron hambre, se quedaron sin agua, hicieron sus necesidades en un jarrón, en
una olla, en un agujero del suelo de la cocina. Una mujer casi asfixió a su
bebé porque no paraba de llorar y el ruido podía delatarles. ¿Cuándo se iría el
dragón? Era lo que todos se preguntaban y nadie podía saber.
Un día, sin poder soportar ya más
la sed y las penurias, el herrero de Villarroble se armó de valor y se atrevió
a salir a coger agua del arroyo. Afuera todo estaba tranquilo. Indagó un poco
por los alrededores, escrutó el cielo, pegó la oreja a la tierra por si se oían
sus pisadas. Pero no había ni rastro del dragón.
Poco a poco, los habitantes de la
comarca empezaron a salir. El peligro parecía haber pasado. Y, cosa curiosa, el
dragón no había dejado rastro alguno. Ni huellas de sus enormes garras, ni
ovejas calcinadas por su aliento de fuego, ni doncellas secuestradas para su
harén. Lo que sí descubrieron los campesinos es que buena parte de sus cosechas
y de sus rebaños había desaparecido. Pero de los destrozos habituales causados
por un dragón, no hubo nada de nada.
Ese año, los aldeanos tuvieron
que apretarse mucho el cinturón para lograr sobrevivir. Curiosamente, todos los
que al principiodijeron haber visto al dragón, cuando fueron interrogados,
admitieron que sólo habían repetido lo que otros les habían contado. No
encontraron a nadie que lo hubiera visto con sus propios ojos.
Y más curioso todavía: a pesar de
la escasez general, los que trabajaban para el señor del castillo contaban que,
ese año, las despensas de su amo estaban a rebosar de grano, frutas y carne.
Cave draconem.
(J. S.)
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