jueves, 26 de marzo de 2020

Federico García Lorca y la cuarentena surrealista

Ya sabéis que el tema 9 trata de mitos y de poesía. Y los que vienen, también abarcan la literatura.

Me gustaría hablaros de alguien muy importante para mí, aunque esté muerto y no sepa dónde acabó su cuerpo...Pues fue enterrado en una fosa común. Ese hombre es Federico García Lorca.

Imaginad los sueños que tenéis, siempre aparecen símbolos extraños, cosas que podemos llamar "surrealistas", es decir, que van más allá de la realidad y no tienen que ver con ella en la medida en que no son posibles que acontezcan o que existan ahora, en el día a día.

¿Es posible operar un paraguas con un bisturí?

Seguramente la idea parece chocante y absurda, pero los elementos en la realidad existen. Existe el paraguas, existe el bisturí. Despiertos nunca se nos ocurriría juntarlos, supongo...Pero dormidos, ¿a que es posible?

Me explico mejor. Hoy soñé que me echaban de mi casa. Un hombre horrible entraba y me decía que nos fuéramos. Yo elegía mi abrigo negro más feo para vivir en la calle unos días (precisamente, un poco de la esencia del relato que os mandé).

¿Es eso posible en la vida real?

No, probablemente, no. Pero existe el abrigo, existe mi casa, y existen hombres malos. Todos los elementos juntos dan lugar a una escena surrealista.

Federico García Lorca era surrealista. Plagaba sus poemas de imágenes como caballos, luna, cristales...de lo más impactante que veréis. 

La poesía es también sueño.

En el libro os hablan de la poesía. Las metáforas, metonimias, etc.





También os hablaré de eso.

Pero ahora aquí os pongo a Lorca. ¿Por qué? Porque una cuarentena en 2020 es, como mínimo, bastante surrealista.


CIUDAD SIN SUEÑO (NOCTURNO DEL BROOKLYN BRIDGE)


No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas.
Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.

No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Hay un muerto en el cementerio más lejano
que se queja tres años
porque tiene un paisaje seco en la rodilla;
y el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto
que hubo necesidad de llamar a los perros para que callase.

No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
Nos caemos por las escaleras para comer la tierra húmeda
o subimos al filo de la nieve con el coro de las dalias muertas.
Pero no hay olvido, ni sueño:
carne viva. Los besos atan las bocas
en una maraña de venas recientes
y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso
y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros.

Un día
los caballos vivirán en las tabernas
y las hormigas furiosas
atacarán los cielos amarillos que se refugian en los ojos de las vacas.

Otro día
veremos la resurrección de las mariposas disecadas
y aún andando por un paisaje de esponjas grises y barcos mudos
veremos brillar nuestro anillo y manar rosas de nuestra lengua.
¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
A los que guardan todavía huellas de zarpa y aguacero,
a aquel muchacho que llora porque no sabe la invención del puente
o a aquel muerto que ya no tiene más que la cabeza y un zapato,
hay que llevarlos al muro donde iguanas y sierpes esperan,
donde espera la dentadura del oso,
donde espera la mano momificada del niño
y la piel del camello se eriza con un violento escalofrío azul.

No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Pero si alguien cierra los ojos,
¡azotadlo, hijos míos, azotadlo!

Haya un panorama de ojos abiertos
y amargas llagas encendidas.

No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
Ya lo he dicho.
No duerme nadie.
Pero si alguien tiene por la noche exceso de musgo en las sienes,
abrid los escotillones para que vea bajo la luna
las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros.

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